sábado, 24 de marzo de 2012

¡Que siempre nos sobre amor!


El amor se sirve en bandeja de plata
y con la mirada puesta en el prójimo.
Mi buen amigo Teófilo me reveló hace unos días que están en trámites de adopción de un chiquillo. Me quedé sin palabras (sí, sé que es algo insólito…que me quede sin palabras). Mi mudez no fue porque la idea de empezar a criar de nuevo a los cuarentitantos años me pareciera descabellada; tampoco porque imaginé la gran inversión económica  que ese acto conlleva; ni mucho menos porque los considerara incapaces de tal hazaña (que repiten, porque no es la primera vez). Perdí la voz porque, al darme la noticia, no cabía en su rostro más alegría, incertidumbre, y amor. Exactamente la misma mezcla agridulce que se siente cuando una se sabe embarazada.

Conocemos a Teo y a su familia desde hace unos cuantos años. Los hemos visto en las alegrías y en las penas, y siempre me sorprende cómo se crecen en las penas. No conozco a una familia tan golpeada por la desgracia como la de mi amigo; pero tampoco conozco a una familia tan llena de gozo de Dios. Siempre una sonrisa, un consuelo, un agradecimiento por las bendiciones recibidas. Y luego… se multiplica exponencialmente el amor que emanan. Cuando se tienen tantas ganas de amar, es necesario buscar en quién desbordarnos, y allí sembrar la semilla del amor incondicional. Unos lo hacen mediante obras de caridad, otros prefieren a los animales; pero para mi amigo Teo, la adopción fue el paso lógico a seguir.

En ocasiones nos sentimos que el amor apenas nos alcanza para los nuestros, y despotricamos contra otros ante la menor provocación. Por eso es importante vivir dentro de una relación saludable, que promueva el crecimiento espiritual, que fluya ante la adversidad, y que abone esa semillita que sembraron en nosotros alguna vez. Para los que pertenecemos a alguna iglesia, es imprescindible que renovemos nuestra fe con frecuencia, visitando a Nuestro Señor y recibiéndole en nuestra vida.

Así que, gracias Teo, porque siempre miro hacia ti cuando pienso en cómo quiero ser cuando sea grande ;-)  Los quiero mucho y les deseo éxito en esta nueva empresa de amor. 

miércoles, 14 de marzo de 2012

NO al "lloratorio"


Siempre, a mami...y ahora, a Brenda...

Recuerdo de pequeña haber ido a la iglesia mami, mis 4 hermanas y yo, sentadas tranquilamente en el banco y mami tratando de escuchar la misa. Digo “tratando” porque ahora sé que la pobre nunca la escuchaba. Estaba toda la Santa Misa dándonos la archifamosa y mundialmente reconocida mirada elocuente “stati quieta o verás cuando salgamos”. Y si cada una laillaba por lo menos 3 veces, lo multiplicas por cinco miradas, pues se imaginan la cantidad de tiempo que invertía esa santa en advertirnos que nos comportáramos en la Casa del Señor.

Unos añitos después, me tocó el turno de ir a misa con mis hijos. Buscando una parroquia en la que me sintiera bien con el muchacho, llegué a una donde el propio sacerdote se me acercó (me vio la cara de nueva y perdida) y me dijo que podía irme con el nene al “Lloratorio” para que no me sintiera mal si el nene se incomodaba durante la celebración. Es en ese momento que me percato que ahora muchas iglesias tienen un cuarto o una división para que escuchen la misa desde allí los padres con sus muchachitos “desinquietos”. Debut y despedida, no volví a esa iglesia.

Luego de muchas vueltas y cantazos, termino en la iglesia que queda justo al lado de casa (o sea, bien cerquita). Allí llegué con el muchacho en el coche y la misma cara de perdida. Se me acercó el Padre José María Yáñez (QEPD), y digo su nombre porque fue un verdadero hombre de Dios en esta anécdota que les relato y en otras que tuve la oportunidad de conocer sobre él. Me saludó muy amablemente y me llevó de la mano hasta los primeros bancos de la iglesia. Me dijo, “Hija, te puedes sentar aquí en toda confianza que esta es tu casa. Si el crío se incomoda, no te preocupes que a mí no me molesta. A los niños hay que enseñarle a estar en Iglesia. Pero si igual lo necesitas, allá atrás hay un cuartito donde lo puedes llevar un rato. Allí también se escucha la misa, pero por mí te quedas acá (en los bancos frontales)”. Nada más con el testigo, ahí me he quedado.

Hoy día, aunque el Padre Yáñez no está con nosotros físicamente, siento su sonrisa sobre los niños que se sientan junto a sus padres en cualquier banco de nuestra iglesia. Unos son muy obedientes y tranquilos, otros son espíritus libres y silvestres. Esa es mi verdadera Misa, recibir la Palabra del Señor en comunidad auténtica. Entre los llantos y las risas. Niños que hacen morisquetas, se ríen con mis hijos ya adolescentes, o ponen cara de bochorno. Que hacen preguntas sobre la celebración: y qué hace el Padre allá al frente, y por qué esa señora se arrodilló, y de qué está hablando el Padre, y cómo es que Jesús está en ese cantito de pan, y por qué le tengo que dar la mano a ese señor, y para qué recogen chavos.

Es toda una exquisita aventura. Pruébenla un día y me cuentan.
Los niños SIEMPRE son una alegría.