miércoles, 5 de marzo de 2014

Llenos de perlas

Papi mirando la cámara y yo sacando la lengua
Así...normal

Luego de la muerte de Papi Ange, papi me contó sobre varias personas con las que se había topado casualmente y le habían contado fantásticas anécdotas sobre su papá (mi abuelo). Esas perlas que le caían con frecuencia fueron un aliciente para su dolor y, a la vez, una nueva ventana para conocer cosas que no sabía de su padre.

Papi guiaba un carro público y, llevando a una pasajera, pasó por la casa donde habían vivido mis abuelos. La señora le contó esta fantástica historia de "el señor que vivía allí".

De niña, pasó ella frente a las oficinas de un vendedor de seguros de camino para su casa. Ese día estaba especialmente preocupada porque sabía que en su casa no habría de comer y su padre era un hombre de poca paciencia. Iba rogándole a Dios que acabara con su vida para no sufrir aquella vida que tanto le pesaba. "Aquel señor" la vio tan triste que la llamó y, sin conocer su circunstancia, le dijo que no estuviera triste, que todo pasa. Que se preocupara por ser una buena niña que enorgulleciera y ayudara a su mamá, que siempre fuera amable y le sonriera a todo el mundo (¡cuántas veces escuché ese consejo!). Le dio unos cuantos dólares y le echó la bendición. Ella se fue sorprendida, pero alegre. Compró unos víveres con el dinerito y se fue a su casa. Siempre recordó aquellas palabras del intrigante desconocido...

Papi le dijo que aquel señor se llamaba Ángel Seda Luna, y que era su papá. La señora lloró. Y estoy segura de que él también; porque así somos los Seda: nadie llora solo. Le agradeció aquel viejo consejo como si papi mismo se lo hubiera dado, y le indicó de las veces que le había salvado la vida al recordarlo.

Luego de conocer esa anécdota y otras tantas, se las repito a mis amigos cuando pierden a alguno de sus padres; porque esas historias que no conocemos, nos llegan de los labios más inesperados, y nos llenan de mucho consuelo y alegría.

Pues esta semana empecé a recoger de esas perlas. Gente que llega apenada al balcón de la casa de mis padres y, al no ver "al gordo" allí sentado, se dan cuenta de que la noticia que escucharon en la plaza y en el colmado es cierta: "Se murió Carlos Juan". Y por ahí empezaron...

  • La señora que sufrió un bajón de azúcar y él le ayudó y le llamó la ambulancia.
  • El exbombero quien recuerda que siempre lo veía en el cuartel de Bombas con su amigo del alma, y que era el primero en llegar a los fuegos.
  • La mamá que pasaba todos los días con su niño, conversaba un rato con "el señor que se sentaba ahí" y él le echaba 20 bendiciones al nene y le decía que se portara bien.
  • La abuelita que venía a Mayagüez dos veces al año, y él siempre la saludaba y hablaban un rato de las cosas del barrio.

Y si sigo, no acabo.

Tuvo una buena vida, y ahora empezamos a descubrir sus frutos.

Papi, sabes que siempre te amo (aunque seas tan tremendito).